TV Priest – Decoration [OFFICIAL VIDEO]
15/08/2021
«Todo el mundo desea sentirse creador: desde el cocinillas al matarife, desde el arquitecto al que mea apuntando a la mosca del W. C.»
Kowalski: En un contexto de apatía emocional como el actual, en el que el consumo de formatos «comprimidos» ha desplazado a los otrora convencionales soportes analógicos que tradicionalmente han requerido de una mayor atención por parte del consumidor ¿ cuál es tu particular actitud en la búsqueda y disfrute de la oferta cultural más allá de aquella que resulta popularmente visible?
Jesús García Cívico: Me interesan sobre todo las artes que se desarrollan en el tiempo y no en el espacio. Dedico más atención a la ficción, a la imaginación y a las artes narrativas, entre las que incluyo la música y la poesía. En pintura no me reconozco competencias y no me siento cómodo en el análisis espacial, por así decir. Cuando hago crítica literaria o cinematográfica tiendo a desviarme por obsesiones muy particulares, por ejemplo, me interesa la tensión que determinados individuos mantienen con la marcha del tiempo, los que llevan el ritmo cambiado, los que tropiezan, los ensimismados, los cuerpos extraños contra las convenciones de una época, los despistados, los alelados, la nostalgia, los solares (una poética del espacio) o el ennui ese término de origen francés que no es propiamente un aburrimiento individual sino filosófico. En relación con la música sigo escuchando vinilos y valorando el ritmo de un viejo ritual: poner la aguja en el surco mejor pensado: algunas de las últimas preferencias personales de vuestra selección han sido el último disco de Pynkie y el «Voyager» de Current Joys.
En relación con la crítica, detesto tanto la banalidad y la tautología como el engolamiento y lo paso realmente mal en las presentaciones envaradas de libros que semejan homilías o entre la vulgaridad kitsch y provinciana que rodea las inauguración de las exposiciones de arte y la participación del político. Tengo una máxima muy personal: una novela o una película debe ser mejor de lo que parece (y no al revés como sucede habitualmente) y expresarse de forma singular. Trato de combatir ese reseñísmo lleno de lugares comunes que más bien parece márquetin estratégico-cultural. Me encanta la actitud de W. H. Auden, que por cierto leímos juntos en vuestro espacio, quien definía la función del crítico como acercamiento a autores con los que uno no estaba familiarizado para convencerse de que se he menospreciado determinadas obras o para mostrar relaciones entre obras de distintas épocas, acrecentar su comprensión, arrojar luz sobre el proceso de construcción artística y sobre la relación entre el arte, la moral y la vida.
Ese juego con los problemas del tiempo era una constante en Una casa holandesa, un libro que nos gustó mucho.
Sí, intenté relacionar la pornografía (como simulación) con las trampas de la memoria, entre ellas, la existencia sin memoria consciente y la idea del bebé con recuerdos bizarros me pareció potente, entre los microtextos de ese capítulo el que más me gusta es «De bebé me gustaba pasar las horas muertas fumando desnudo delante de un espejo».
¿Cómo describirías la situación actual de la escena cultural?; ¿no crees que hay un exceso de interlocutores intentando justificar la presencia de discursos tal vez poco sostenibles por sí mismos? ¿Tiene sentido, ante la actual avalancha de consumibles culturales, que un medio dedique espacio a hablar de un disco o un libro que recibe poca nota en lugar de dedicarlo a otro que merezca una valoración mayor?
Yo creo que hay algunas coordenadas sin las cuales no podemos comprender ni las manifestaciones artísticas o culturales de las que estamos hablando (cine, series de ficción, música, literatura, etc.) ni nuestro propio tiempo. Una primera coordenada es espiritual y tiene que ver con un feo desdén por categorías estéticas por las que siento predilección como lo sublime, lo sagrado (si se admite un sentido no religioso de la expresión) o simplemente, lo asombroso. Un segundo eje es político y apuntaría a las consecuencias (todavía) de la caída del muro de Berlín en 1989 que ha supuesto un descrédito (en mi opinión desproporcionado) no contra las versiones realmente detestables del comunismo sino contra todo intervencionismo estatal y eso ha generado no solo una desigualdad socioeconómica indecente sino una idea benigna y suicida de otros agentes económico-culturales igual o más nocivos para el arte y la cultura como el mercado o el público, sé que sueno elitista pero es lo que pienso. Un tercer eje sería epistemológico y lo sitúo en el menosprecio posmoderno por la verdad y la «alta cultura», la ostentación del mal gusto, el relativismo y sus patologías de la facultad de juzgar. Eso hace que, como bien indicáis, haya un cierto desfase entre el mérito y la atención, o sencillamente que el periodista no tenga ni pajolera idea del lugar que el disco, la película, el cineasta o la banda musical ocupa en el interior de una tradición.
Aquí hay un punto realmente preocupante del que se habla poco y es el analfabetismo numérico, la «statisticophobia» como me recordó hace poco una profesora de estadística en la Universitat de València: la mayor parte de la gente influyente no solo no sabe escribir sino que no sabe comprender las magnitudes numéricas básicas de nuestra compleja realidad. Hay que contar para luego contar, por así decir. Eso impacta tanto en el crecimiento de la extrema derecha como en el regreso del nacionalismo, el pensamiento grupal, el tribalismo, los excesos de emotividad en cine y poesía, en el fetichismo de la experiencia y en la nueva sensibilidad cuya expresión más mojigata está dañando por igual a mentes, cines, museos y plataformas de ficción.
¿Estamos peor que antes? ¿Sobran críticos, o faltan creadores?
No, hay mucha más jerga y demasiados colectivos pero por mucho que sea denunciable esta suerte de pluri-homogeneidad poco heroica, ni el onanismo ni la obsesión por el reconocimiento ni las enfermedades del narcisismo son ninguna novedad. He visto a tertulianas arremeter contra el Rubius por su forma de hablar cuando no solo callaron sino que ni siquiera se percataron de que nuestra generación creció naturalizando los exabruptos filodelincuentes, clasistas y machistas de personas tan respetadas como Joaquín Sabina, Isabel Preysler o Francisco Umbral (respectivamente). Por ejemplo, ¿alguien escuchó en Queridísmos intelectuales (Cañeque, 2012) a Santiago Carrillo, Fernando Savater, Elena Ochoa, Román Gubern, Carlos Moya, Luís González Seara, Javier Tomeo, Xavier Rubert de Ventós, Antonio Soler, o Nuria Amat? Se te quitan las ganas de leer… ¡y de vivir! Apetece darse a la vida más mundana como el personaje de Judy Davis en Celebrity (Woody Allen, 1993). Falta una crítica de calidad que no tema expresarse con sinceridad y afrontar el coste que tendrá para ello no darse a los elogios más hiperbólicos. Y sobre si hay demasiado creadores, aquí coincido con algún teórico del arte en que la larga profecía que va de Duchamp a Warhol o Joseph Beuys se ha cumplido: todo el mundo se convierte en artista, o todo el mundo desea sentirse creador: desde el cocinillas al matarife, desde el arquitecto al que mea apuntando a la mosca del W. C.
¿Cómo ves la relación entre ocio y cultura? ¿Qué capacidad tiene la cultura para repercutir sobre el ocio? ¿Asistiremos algún día en el parking de Tarongers a un «Macrolibretón» en el que aglomeraciones de jóvenes estudiantes incumplan las distancias de seguridad para compartir con efusiva embriaguez y entusiasmo sus hallazgos literarios?
Ja, ja. No sé si sería deseable, ayer mismo vi un documental sobre la experiencia de escucha colectiva de las ocho horas «Sleep» de Max Richter (decenas de humanos durmiendo y soñando juntos) y sentí una fuerte aprensión. Una virtud de la literatura, o de la lectura es su capacidad para aislarnos. En relación con el ocio y la literatura me entristece la desaparición del lector sencillo (del lector que no escribe, del lector que no reseña, que no subraya, del lector no judío por decirlo con Steiner). Quizás deberíamos importar lectores de otro planeta, o crear lectores artificiales. La biogenética debería avanzar por ahí (risas). Entre el ocio y la cultura se estrecha la distinción y los presupuestos que permitirían un espacio de reflexión lúdica: horas y espacio. Faltan, creo, lapsos de tiempo necesarios para articular la comprensión de una experiencia de disfrute personal. Si te asomas a redes como Facebook (un lodazal en el que nos manchamos todos) tanto el artista como el «artistoide» contemporáneo, tanto el gobierno como sus acartonadas oposiciones, tanto el último grupo punk como la Universidad parecen obsesionados en pasar a la siguiente ronda sin reflexionar acerca de qué va el concurso. Me habría gustado que Mark Fisher (Realismo capitalista, Lo raro y lo espeluznante, libros que he visto en vuestro escaparate) hubiera dedicado un capítulo a ese nuevo dinamismo del absurdo en la fase del aceleracionismo como una categoría de lo misterioso porque una nueva investigación estética del absurdo (más allá de las conocidas salidas que proponía Camus: la religión, la aceptación, el suicidio) podría, a su vez, aprovechar materiales tan fabulosos y afines por su brevedad y sus cambios de ritmo a las dinámicas vertiginosas de los nuevos sinsentidos como mi video preferido de 2021: «Decoration» del grupo post punk londinense TV Priest. Ahora mismo me habéis pillado ante el espejo perfeccionando la imitación de Charlie Drinkwater: «I´ve never seen a dog do what that dog does». Lo que quiero decir es que he visto pasar reputados escritores y críticos musicales por vuestro espacio que no sabían qué mirar o que se marcharon sin comprar. Me pareció desolador.
¿Qué acontecimientos ilusionantes ves capaces de generar expectativas para combatir tanta monotonía y tanta rutina? Porque a mí, me cuesta…
A mí, hay expresiones culturales que no me interesan lo más mínimo, así, el trap, el Tangana, Netflix, el reguetón, el cine de acción, los nacionalismos, Rosalía o sus padres metafóricamente hablando. No me siento cómodo con la acumulación de las novedades, me deprime asistir a la devastación medioambiental, me gustaba la idea circular del tiempo, el regreso caprichoso de los recuerdos de los veranos de la infancia, el mes de septiembre, la repetición y la monotonía, de ahí que también idealizara el eterno regreso de la primavera (el sonido de Sarah Records) o la Navidad (el cine de Murnau, Ingmar Bergman o Woody Allen y hoy de Nuri Bilge Ceylan). Me gusta la ceremonia cíclica de las listas, el dreampop, las amapolas y los burros (el animal, no el grupo), la intertextualidad, la periódica aparición de un nuevo disco de Nick Cave, Hope Sandoval o Tom Waits así como las relecturas de Flaubert, Susan Sontag o Guy de Maupassant. He oído que a vuestros hijos les gustan The Psychedelic Furs y The Church y también me parece ilusionante.
¿Crees que pegaste un patinazo con Singular, ese libro tuyo cuya portada me gustó bien poco y que quizás condicionó mi lectura?
Singular quiso resolver un conflicto de conciencia entre la presión de la escritura oficial (en la que incluyo la escritura de encargo, o sea, «la nueva escritura de encargo difuso»: cuando la encarga una anónima masa social, el mercado de proximidad o el gusto editorial, etc.) y la creación repentinamente «auténtica», dicho de otra forma, una pujanza (por la consecución de mi plaza de funcionario en la Universidad) con que desperté un día y que sentí que podría haber resquebrajado, al menos en mi cabeza, los rígidos modelos implantados y preservados desde esa época remota que llamo «mi niñez». El libro generosamente editado por Che Books (gracias a Manuel Turégano) tenía algunas erratas formales y de fondo de las que solo yo soy culpable y que inhibieron mi promoción. A mí, el trabajo de cubierta de Antonio Asensi me gustó, al menos representó muy bien lo que se le había pedido. Tampoco era una literatura orientada al entretenimiento (del grupo de clase media que lee), ni un texto avalado por la corte de «profesionales» y colocados, (aunque podría ser utilizada por ciertas liturgias). Con todo, tres personas «importantes» me escribieron para felicitarme y decirme que Singular había derribado las barreras que limitaban y constreñían una forma de libre expresión espiritual de la que querían paradójicamente escapar. No sé si entendí lo que me quisieron decir. Habría estado bien hablar más de ella. Lo que pasa es que la dejasteis escapar. Yo mismo la dejé marchar.
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